viernes, 13 de julio de 2007

Cristianismo: arte inspirado en el bien común

Para comprender el significado de política propuesto por el cristianismo, dedicaremos los siguientes párrafos –a modo de introducción- al análisis de un estudio de Fernando Moreno, denominado Lo Cristiano y la Política. Nos basaremos únicamente en este libro, ya que, al analizarla, nos pareció que ilustra con bastante claridad el vínculo existente entre cristianismo y política.




También, aunque sabemos que el pensamiento de Fernando Moreno difiere mucho de lo que este sacerdote planteaba en algunos aspectos, analizaremos algunas palabras del padre Pedro Arrupe, s.j. (ex director de la Compañía de Jesús), referentes a la obligación de todo cristiano y de todo sacerdote de participar en la política del bien común.

Hablaremos de cristianismo, y no de catolicismo, ya que trataremos la influencia ejercida por los postulados de los principales forjadores de la filosofía cristiano-medieval en la elaboración intelectual de San Alberto Hurtado. Además, debemos tomar en cuenta que, para la época que estamos estudiando, todavía no se producía el cisma eclesiástico que dividió esta religión entre protestantismo y catolicismo.

Para Fernando Moreno cristianismo posee un vínculo estrecho con la política, ya que puede considerárselo como una ciencia práctica. Es un arte inspirado en el bien común y, por lo tanto, en el adecuado gobierno de una comunidad. Por ello, posee normas y tareas a cumplir. Posee, para Moreno, un “desafío”. El bien común debe definirse en base a un consenso entre diferentes “personas” en torno a su significado de bien y a sus objetivos, sean trascendentes o terrenales. El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. Por lo tanto, para definir correctamente el significado de bien común, debe partirse de la base de que cada hombre es una persona.

Nosotros, al igual que San Alberto Hurtado y San Agustín, queremos proponer que para el cristianismo existe un bien común de orden temporal, y otro espiritual. El primero se encuentra subordinado al segundo. Ambos se definen a partir del ser humano en su calidad de persona, esto es, como algo único conferido de una dimensión espiritual y convocado a un final que trasciende de su tiempo(1). Se trata de una sociedad –y, finalmente, de la historia misma- que avanza hacia un tiempo que funciona más allá de nuestras posibilidades tangibles de existencia. Este fundamento no puede sino ser considerado como político.La base de la política es la acción. Ésta se considera como ciencia sólo si se trata de una práctica que funciona por el bien común. Por ello, en “(…) una concepción justa de la política, la ética no es un sistema de normas impuestas desde afuera de la acción (a través del sujeto)” (2).

El cristianismo explica que Dios, a través de su hijo, se hizo hombre y vivió en la Tierra junto a ellos para lograr su salvación.De esta forma, vemos que la doctrina cristiana propone la irrupción del Reino de Dios en la Historia. Con la venida de Cristo los leprosos quedaron limpios; los paralíticos comenzaron a caminar; los sordos oyeron y los ciegos fueron capaces de ver. Cristo irrumpió en nuestro tiempo para salvar a la humanidad.

El fundamento político del cristianismo radica en la venida de Jesús a nuestro mundo, a nuestra temporalidad. Así como Él actuó en la Tierra por el bien común de quienes lo rodearon, de sus prójimos; así como, gracias a su sacrificio, Él se encuentra en cada uno de los hombres, nosotros debemos actuar libre y responsablemente en vistas de nuestros objetivos, siempre y cuando éstos no atropellen los de nuestros vecinos.

Aquí se propone que existen cuatro pilares que construyen la doctrina política cristiana. El primero de ellos tiene relación con la acción política. Su racionalidad se constituye como un desafío técnico y ético. En segundo lugar, debemos considerar los fines u objetivos propuestos por esta acción. Éstos no pueden conseguirse cabalmente en este tiempo, sino que se logran en una especie de transhistoria(3).

Desde este punto de vista, debemos recordar la obra social y política de San Alberto Hurtado. Este hombre era un político en la medida en que luchaba por el logro del bien común, abogando por otorgarle una calidad de vida más justa para el pobre. No hay que olvidar que él realizó esta obra siempre tomando en cuenta que en este mundo los valores por los cuales él combatió no podían lograrse de manera absoluta. En tercer lugar, el cristianismo propone una vida en comunión. Ésta implica una “(…) identificación con el otro que es considerado, al límite, como otro-yo-mismo, un alter ego” (4).

El hecho de existir junto a otras personas se refiere a un potencial de acción, que se funda en el principio de la reciprocidad. La común-unión “(…) exige proyectarse en acción concreta a favor de, o por los otros; exige comunicarse en entrega y servicio, en obras y ‘dones’, así como el amor mismo no expresa su fecundidad sino en ‘obras’ y ‘frutos’, según la expresión y exigencia evangélicas”(5).El último punto, que debe considerarse al hablar de doctrina política cristiana, tiene que ver con su vínculo con la moral. Fernando Moreno la define como “(…) la ciencia del uso que el hombre hace de su libertad en la prosecución de sus fines”(6). La política es parte de la moral. Al formar parte de ella, una adecuada política no puede ser otra cosa, a los ojos de la religión que la propone, que una “política cristiana”. La razón de esto radica en el descubrimiento, otorgado por la fe, a propósito de la esencia y de la existencia humana. Este descubrimiento ocurre a partir de una situación histórica determinada, que el cristianismo define como “Creación”. “(…) estamos allí en plena moral: la política como ciencia es parte de la moral, lo cual no excluye el que opere en relación a los principios éticos de la política como una especie de input o de materia prima”(7).

En conclusión, la política es una ciencia práctica que se articula en orden al logro del bien común. Lo político se define en función de este bien: es la proyección de la política y se expresa en ella. Esta proyección puede darse en dos esferas: “(…) se debe distinguir entre la política como ciencia, arte y técnica, y, en otro plano, la política como acción concreta o como práctica efectiva”(8).

En el caso cristiano, los elementos que componen el bien común de su sociedad se ordenan en función de la justicia, la libertad (entendiendo la libertad en estrecha relación con la responsabilidad) y el respeto (preferimos decir amor) por el prójimo(9). A continuación analizaremos una obra recopilatoria de las principales ideas del sacerdote jesuita, Pedro Arrupe, en torno a la relación entre la fe cristiana y la justicia social. En ella se plantea su concepción acerca de la política y de su relación con el cristianismo.

En una entrevista con la Agencia “Noticias Aliadas”, de Lima, el padre Arrupe expresó que hay dos tipos de política: el primero gira en torno a los grandes principios propuestos por la humanidad y presentes en el evangelio; el segundo se trata de lo que él denomina “política con letras minúsculas”, caracterizándose ésta por centrar sus preocupaciones en diferentes intereses, dependiendo de la sociedad, cultura y realidad que se trate(10). Explica, además, que es cierto que un sacerdote no puede ser militante de un partido político. A pesar de ello, todo sacerdote debe cumplir con su misión de predicación evangélica, tarea que trae consigo una dimensión política. “’Ninguna persona tuvo tanto influjo en la conciencia y en la sociedad política como Cristo, como los mártires, enfrentándose al mito del poder en todas sus formas. Tampoco nosotros podemos callar ante manifestaciones injustas, sea del poder estatal, sea del poder paralelo e ilegítimo que deriva del abuso de la propiedad’”(11).


Manifiesta que cumplir esta misión política los hace independientes de todos los otros tipos de política que existen, específicamente, de la política partidista. Esta independencia es un elemento liberador ya que, actualmente, ninguna coalición que gobierne en los diferentes países –ni la derecha, ni la izquierda-, ha tomado real conciencia de la injusticia. Como no lo ha hecho, no puede solucionarla y actuar justamente. A raíz del estudio de la obra de Fernando Moreno y de las palabras del Padre Arrupe, concluimos también que es deber de todo cristiano, aún cuando no sea sacerdote, participar en política. Si un laico desea formar parte de la política partidista, debe orientar su accionar a los objetivos presentes en el bienestar general de la sociedad con la cual convive. Por lo tanto, un partido político de inspiración cristiana debe conjugar su accionar político con los principios fundamentales impuestos por su religión(12). En el centro de ese partido deben encontrarse los objetivos que “(…) orientan y regulan la acción política como las virtudes exigidas por el buen político”(13). Debe despojarse de sus intereses particulares para dirigir su acción en función del bien común de su sociedad.


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(1) Ibíd. p. 27

(2) Ibíd. p. 47.

(3) Énfasis nuestro.

(4) Ibíd. p. 63.

(5) Idem.

(6) Ibíd. p. 66.

(7) Ídem.

(8) Ibíd. p. 94.

(9) Ibíd. p. 67.

(10) “Problema en que pensar”, en La Iglesia de hoy y del futuro. En: Mifsud, Tony, s.j. Una fe que busca la justicia. Homenaje al padre Pedro Arrupe, s.j., en el décimo aniversario de su muerte. Editorial Santillana, santiago, 2001. p. 78.

(11) Ibíd. p. 79.

(12) Uno de los más importantes de ellos es la tolerancia.

(13) Moreno. op. cit. p. 29.

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